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  • Foto del escritorIsabel Rodríguez Bolaños

El cuerpo de las mujeres como organismo empalabrado y poético de la realidad

En la búsqueda constante de aprendizajes encaminados a visibilizar y reconocer las luchas históricas de las mujeres por los Derechos Humanos desde su cuerpo como territorio, para romper los dogmas, estereotipos y paradigmas, se evidencia como las mujeres también disponen de un proceso de constante des-aprendizaje sobre el cuerpo y la vida.


Movilización pacífica de mujeres, Popayán Cauca.


En este sentido, desnaturalizar y aprender a des-aprender el cuerpo, visto en las dimensiones culturales impuestas, como esclavas de una cultura de belleza que ahoga y estigmatiza, estereotipos construidos socialmente que condenan la figura, el color de piel, las curvas y hasta el cabello como si se tratara de un mandato. El estigma de la violencia sexual y de género, de los códigos para vestirse y verse “atractiva”, de la mujer como el símbolo “débil”, como ama de casa para procrear y atender a su esposo, porque así lo dicen las normas sociales, etc., son mensajes en constante reproducción.


También siguen estando vigentes cuestiones que atienden al honor, la honra y la virginidad que hacen que las mujeres sufran grandes agresiones y sean excluidas socialmente por su comunidad.

Así mismo, la idea de superioridad de unos e inferioridad de otras, especialmente, ha dado lugar a abusos de poder que desvalorizan y ponen en desventaja a las mujeres. Es una asimetría jerárquica, desigual que indigna.


En el marco de los procesos de resistencia el cuerpo toma otra forma y se convierte en una de las expresiones de arte que siente y expresa.

Estar empalabrado significa apropiarse del lenguaje corporal expresado a través del cuerpo silenciado y normalizado, es el nacimiento de las palabras para revelar la realidad en el ser como el territorio de encuentro.


El cuerpo puede, entonces, llegar hacer un agente de sentido que interactúa con el entorno y dialoga en un ejercicio de movilización a través de representaciones artísticas, simbólicas y culturales, donde la palabra se expresa sin temores, miedos, represarías, señalamientos, exclusiones y abusos.


Este lenguaje asume un papel transformador de los pensamientos inequívocos y atroces con respecto al cuerpo de las mujeres como botín de guerra, desnudos e indefensos en una cultura socialmente impuesta, ya naturalizada.

Es en los espacios emocionales, espirituales, subjetivos que habitan y las habitan donde existe una conexión poética y un mensaje esperanzador, que renace en los procesos de resignificación, reconstrucción social, cultural y política como un mensaje de memoria compartida.


Sumarse al ejercicio político de habitar, escribir y pintar la vida en territorios para la paz comienza por respetar las opiniones del otro, pensando en proyectos que incluyan, que inserten políticas públicas de emancipación y autonomía, que entre en diálogo con la realidad y le aporte a la construcción de un sistema de protección política desde la movilización y la resistencia civil pacífica contra la guerra, las violencias y los autoritarismos.

Las narrativas que a menudo vivenciamos en cada una de las experiencias de las mujeres nos hace participes y permite situarnos en una lectura del cuerpo como territorio; y es ahí, donde leemos su realidad, sus sentimientos, emociones, alegrías, tristezas, anhelos, pasados y futuros deseados. Ellas son sujetos de conocimiento, poseedoras del saber de la experiencia transmitida y del lenguaje que las ocupa.

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